
Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, los aviones que más bajas presentaban entre los aliados fueron los bombarderos, por su enorme tamaño, lentitud y trayectoria predecible.
Por ello, se pensó en robustecer el blindaje de los bombarderos, hacerlos más resistentes al fuego enemigo y a los aviones de caza alemanes.
En un principio se asumió que las zonas del avión con mayor número de impactos eran las áreas más frágiles y las que se deberían reforzar.
El ejército solicitó la colaboración de un grupo de expertos matemáticos de la Universidad de Columbia, donde se encontraban figuras tan prominentes como W Allen Wallis, Frederick Mosteller, Jacob Wolfowitz o Leonard Jimmie Savage.
Pero el personaje clave de esta historia fue Abraham Wald (1902-1950), que desarrolló el análisis secuencial. Propuso reforzar las zonas del avión donde no había impactos. Partió de la base de que no había aviones perdidos sin impactos y calculó las probabilidades de ser derribado en función del número de detonaciones recibidas.
Estimó en un 15% la probabilidad de ser derribado por un solo disparo, pero en función de la geografía del avión en la que se producía podía oscilar entre un 2 y un 39%.
En honor a él, se bautizó con su nombre una prueba estadística paramétrica –la prueba de Wald- que sirve para poner a prueba el verdadero valor de un parámetro en base a la estimación de la muestra.
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