Las matemáticas nos acompañan en muchas situaciones de nuestra vida, desde el crecimiento hasta el diseño de una bóveda o una escalera de caracol.
Uno de los puntos más icónicos y fotografiados de los Museos Vaticanos (Ciudad del Vaticano) es la escalera de Bramante, que a través de una doble hélice enrollada hacia la derecha produce un efecto infinito. No es una única escalera, son dos enroscadas, una para bajar y otra para subir.
La escalera original –scala de Bramante- fue diseñada en el siglo XVI por el arquitecto renacentista Donato Bramante (1444-1514) no está abierta al público y se encuentra en el Museo Pio-Clementino. La actual, la que utilizan los miles de visitantes para salir del recinto, no ha cumplido cien años. Fue diseñada en 1932 por Giuseppe Momo (1875-1940) a semejanza de la renacentista.
Existe una relación directa con la letra “phi” del alfabeto griego, el número de oro, uno de los números que mayor seducción han provocado a lo largo de la historia.
A finales del siglo XII Leonardo de Pisa (1170-1240), un matemático italiano, investigó un problema teórico relacionado con la cría de conejos. El enunciado era así: si tenemos una pareja de conejos que tardan un mes en ser aptos para la reproducción, y a partir de ese mes se reproducen a razón de una pareja nueva cada mes, que a su vez tarda un mes en ser sexualmente activa, ¿cuántas parejas de conejos tendremos en “n” meses?
Leonardo llegó a la conclusión que la solución podía ser reflejada en esta fórmula: Fn=(Fn-1)+(Fn-2). Cada número se obtenía de la suma de los dos anteriores. De esta forma, la sucesión se iniciaba: 1,1,2,3,5,8,13,21,34… y es conocida como “sucesión de Fibonacci”.
Cuando dividimos un número de la sucesión y el anterior, progresivamente el cociente se aproxima a la cifra 1,618034, el número áureo. Este número irracional, con infinitos decimales, explica las proporciones que existe entre las espirales de los caracoles, las conchas marinas o las semillas de girasol.
Si creamos un rectángulo cuyos lados miden dos de los números de la sucesión de Fibonacci, descomponemos uno de los lados siguiendo la serie numérica y dibujamos una espiral que pasa por los vértices hemos conseguido una espiral dorada. La composición de estas imágenes nos resulta agradables visualmente porque las proporciones obtenidas parecen naturales.
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